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Aguja en mano, costureras desafían la precariedad y el abandono estatal

  • alicastronovo
  • 1 jul
  • 3 Min. de lectura

Este artículo ha sido publicado en Agencia UNAL - Universidad Nacional de Colombia.



En barrios latinoamericanos marcados por la violencia, la informalidad y la desigualdad, grupos de costureras han convertido la aguja y el hilo en herramientas de resistencia. Mediante la organización colectiva reclaman dignidad, mejoran sus ingresos y sostienen redes comunitarias que desafían el abandono estatal y la invisibilización y precarización de su trabajo.


Desde sus casas o pequeños talleres, estas mujeres, que también son cocineras, cuidadoras, madres y jefas de hogar, sostienen la vida en los barrios y comunidades con pésimos salarios y sin reconocimiento de derechos sociales como pensión y salud, algunas en condiciones de despojo y otras víctimas de violencia intrafamiliar.


En Bogotá esta realidad se refleja en las experiencias de mujeres costureras organizadas en barrios de Suba, Ciudad Bolívar y el Alto Fucha, en San Cristóbal. Mientras cosen, resisten desde la organización colectiva para mejorar sus condiciones económicas y exigir dignidad. Al unirse, tejen redes comunitarias que fortalecen sus ingresos, desafían el abandono estatal y reclaman el reconocimiento de su trabajo en la política pública.


La economía popular no se limita a la producción de bienes y servicios: comprende múltiples formas de trabajo no mediadas por el salario formal, pero esenciales para la reproducción de la vida en América Latina.


“Lejos de ser marginales, estas economías son mayoritarias y sostenidas por poblaciones urbanas, rurales y campesinas que producen desde sus territorios”, afirma el antropólogo Alioscia Castronovo, de la Università di Padova (Italia), investigador del Grupo de Trabajo CLACSO "Economías populares: mapeo teórico y practico", del Grupo de Socioeconomía Instituciones y Desarrollo GSEID UNAL y del Semillero de Economía Popular y Feminista UNAL.


Quienes sostienen la economía popular enfrentan diversas formas de explotación: financiera, a través del endeudamiento; laboral, mediante esquemas que no reconocen sus derechos; y simbólica, al desvalorizar el sentido y aporte de su trabajo. Desde costureras que trabajan bajo modelos satélites hasta vendedores informales y tenderos de barrio, millones de personas sostienen sus comunidades sin acceso a condiciones dignas.


Este fenómeno fue abordado durante la X Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales (Clacso) 2025, en un espacio liderado por la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) que reunió a investigadoras, activistas y trabajadoras costureras de Colombia, Argentina y Bolivia para visibilizar sus desafíos, aportes y formas de resistencia.


Desde este espacio, las protagonistas denunciaron precariedad, falta de derechos y violencias estructurales, pero también destacaron la fuerza organizativa, la creatividad y el potencial transformador de estas economías invisibilizadas. Además presentaron procesos comunitarios y propuestas de articulación entre la universidad y las luchas territoriales.


Migrar, resistir y coser la vida


La voz de Delia Colque, costurera y trabajadora social boliviana residente en Argentina, trajo al evento la dimensión migrante de estas luchas. Como integrante del Bloque de Trabajadorxs Migrantes y de la Cooperativa Recuperada Perlea, compartió las múltiples barreras que enfrentan las mujeres migrantes, desde la falta de documentación hasta las violencias machistas que persisten incluso después de dejar sus países de origen.


“Muchas migramos huyendo de violencias muy duras, pero al llegar seguimos siendo violentadas. Sin documentos, sin conocer las leyes, sin redes de apoyo, nos toca asumir los trabajos más precarios y mal pagos. Muchas somos profesionales, pero igual terminamos cosiendo por supervivencia”, manifestó.


Durante el encuentro se presentó el Museo Portátil de la Memoria Costurera, una iniciativa nacida en Argentina gracias a la gestión de la lideresa Colque, que recoge las historias y luchas de trabajadoras textiles migrantes, especialmente bolivianas, en condiciones de explotación laboral. “Cosemos política además de coser camisas y ropa”, comenta. Esta propuesta se puso en diálogo con procesos organizativos de costureras de barrios populares de Bogotá como el Colectivo de Mujeres Autónomas de Suba, la red de confeccionistas y tejedoras de Ciudad Bolívar, y el proceso del Alto Fucha en San Cristóbal sur.


Según Alison Castellanos, del colectivo Mujeres de Barrio, que agrupa a cerca de 30 mujeres organizadas y a más de 60 que participan en espacios de formación, la iniciativa surgió como respuesta a las violencias basadas en género que enfrentan muchas mujeres en la localidad de Suba: “nos organizamos para generar independencia económica, prevenir violencias y construir redes de apoyo”.


“Yo reparo ropa en mi taller, de esta manera resisto y soy revolucionaria contra la esclavización de los satélites. No solo arreglamos vestidos, también mejoramos la autoestima de los vecinos. Nacimos del maltrato de los hombres. Las que vivimos de remiendos no podemos pagar parafiscales de 400.000 pesos”, fueron algunos de los testimonios de las costureras participantes.


Durante el foro “Memorias, prácticas y desafíos de las luchas de trabajadorxs costurerxs, de mujeres y migrantes en las economías populares”, se insistió en la necesidad de que la academia se convierta en un actor comprometido con los procesos populares.

“El conocimiento no se puede producir al margen de las luchas: debe acompañarlas, aprender de ellas y aportar a su fortalecimiento”, concluyó el investigador Castronovo.



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